El concepto nación, que en un principio hacia referencia a personas de una filogenia común, se ha transformado en un concepto territorial que ha heredado la sacralidad de los reyes, antiguos poseedores de tierras y almas. Este cambio fue imprescindible, cuando estos empezaron a perder la cabeza para que los gobernantes mantuviesen el poder. Porque la única manera de que el estado nos tenga bajo su dominio es hacernos creer que el territorio, de donde las clases que mandan extraen su riqueza y bienestar, es sagrado. Digno de que entreguemos a nuestro primogénitos a la mayor gloria de la nación, igual que se hizo por las pertenencias del rey.

Cuando a finales del siglo XVIII ya no se puede mantener que los reyes lo son por la gracia de dios y que por lo tanto sus territorios y riquezas son regalos divinos si no conquistas, se ha de cambiar el paradigma. La clase dominante emergente tiene que controlar un territorio con gente que no está imbuida de reverencial obediencia y de terror sacro que los mantenía en la más absoluta sumisión al rey.

Por lo que tuvieron que traspasar la divinidad del rey al territorio (nación, patria…) convirtiendo al súbdito real en ciudadano (súbdito del territorio). Así la nación se inviste de los atributos divinos: es eterna (sin principio ni final), es indivisible, es única (aunque a veces es trina). El destino de la persona se sacrifica en el ara de la nación, hay que matar o morir por la nación, hay que sufrir calladamente hambre y sed ya sea de alimentos o de justicia por el bien de la nación que, como divinidad, exige sacrificios y ofrece la felicidad en una vida futura que nunca llega. Así los territorios pertenecientes a los señores feudales, con sus siervos de la gleba, se convierten en nación-patria (decir que las divisiones nacionales no son naturales son conquistas de ladrones y saqueadores, por si alguien lo duda).

Todo esto se consolida a nivel intelectual con una serie de excusas historicistas y/o culturiscitas; parando la cronología del devenir de las personas en la tierra en el momento que interesa para justificar la tesis nacional, utilizando datos históricos y sociológicos parciales y manipulados intencionadamente. Presentando los artificios perpetrados y especialmente dispuestos como realidades científicas. Realidades Frankenstein hechas de pedazos escogidos, grotescos, desnaturalizados, modificados y mal encajados, no para la explicación de un fenómeno natural si no con la intención de crear una realidad interesada, para apuntalar el engendro llamado nación.

La idea de nación explota la necesidad humana de pertenencia y aceptación del individuo a un grupo social y exacerba el terror a ser excluido castigando a los individuos que declaran su insumisión a la nación.

Se pervierte la necesidad de pertenecer a un grupo, rasgo evolutivo que ayuda a satisfacer las necesidades individuales fisiológicas y de seguridad y protección. Sublimándola hacia un ente indefinido y no abarcable por el individuo, la nación (esa realidad ideal y deificada), por lo tanto, por inabarcable la sumisión a la patria se transforma en, por identificación, sumisión a las élites dirigentes-militares y por lo tanto a la obediencia de las mismas, ya que dios ha de ser obedecido.

La obediencia combinada con la necesidad de reconocimiento, cuando se busca en la élite (representación de la nación), da como consecuencia no un ciudadano libre si no un un súbdito de la nación o lo que es lo mismo del estado. Manteniendo al ser humano humillado como persona para que no piense y orgulloso como masa por pertenecer a un grupo, incluso por encima de la satisfacción de las necesidades fisiológicas y de seguridad.

No es fácil combatir el binomio de nación / individuo después de siglos de constante bombardeo ideológico desde todo tipo de púlpitos como idea única. Pero piensa cuando presenten la siguiente crisis, sea del tipo que sea, y te exijan en nombre de la nación sangre, sudor y lágrimas recuerda que se beben tu sangre, que tu sudor les repugna y que se ríen de tus lágrimas. Recuerda, que la nación de ellos no es el territorio si no el poder.

Recuerda que dios no existe; ni dios, ni patria ni amo.

N. Zote

Pd.

Los absolutistas partidarios de Fernando VII instauraron el rey neto al grito de “muera la nación” haciendo visible la contradicción de dos realidades sagradas, que como cronos devora a sus hijos para que no le sustituyan.

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