x  Pascual
No
es nueva, pero sí es una de las más graves y dolorosas traiciones en la
lucha de los trabajadores/as. Nunca antes se habían unido todos los
colectivos, todos los sindicatos y la práctica totalidad de la plantilla
de Iberia, formando una marea que, partiendo de La Muñoza, arrastró al
resto de centros de trabajo a pelear por nuestro futuro. Al grito de
“Iberia no se vende. Iberia se defiende” nos emocionamos viendo llegar a
la T4 una interminable columna de chalecos verdes. Quisieron
encerrarnos fuera del aeropuerto, pero los más bravos de entre nosotros
rompieron el cordón y con una sola voz, salida de miles de gargantas,
dijimos tan alto que “Sí se puede” que sus intentos de no dejarnos
pasar, en los siguientes días, a la Terminal 4 se quedaron en una
caricatura. 

 

Cada
día iba subiendo el cabreo y el compromiso de los compañeros y
compañeras, sorprendiéndonos a nosotros mismos de nuestra capacidad.
Todo parecía indicar que la fuerza que íbamos adquiriendo no podrían
doblegarla (todo lo contrario) con amenazas de ERES “malos, malísimos”.
Que si había que romper la fusión para reconstruir Iberia, iríamos a por
ello. Ya se hablaba, sin tapujos, de no entrar a trabajar nadie en días sin huelga. De entrar a trabajar todos en
días de huelga, sin tiempo para que la empresa pudiera recuperar los
vuelos que previamente había anulado. No lo iban a tener nada fácil si
querían ir a por nosotros con represión. No les iba a resultar sencillo
enfrentarse a una plantilla que, viéndose unida y amenazada, perdía el
miedo a defenderse. A la unidad de los sindicatos, se sumaban “piñas” de
trabajadores/as, se quedaba “los lunes al sol” y se organizaba una
“Asociación de Afectados por el Desmantelamiento de Iberia”, que ya pasa
de 1.500 adherentes, para denunciar a los responsables del deterioro de
la Compañía (que caerán). Ingeniosas pancartas, camisetas, “cajas de
resistencia”, iniciativas pendientes cada vez más atrevidas y una moral
en ascenso…
Pero
tanta euforia nos hizo olvidar (o quisimos aparcar) algo que,
lamentablemente, ya conocíamos de otras veces: el enemigo estaba dentro.
Entre nosotros. Nos habían vendido mil veces y mil veces quisimos creer
que era la última. Fingimos creer que eran compañeros elementos
extraños que nunca trabajaron. Que llevan toda la vida comiendo de decir
que nos defienden. Todo estaba preparado. Solo hacía falta una pequeña
representación teatral (le valía con una pequeña obra, como otras veces,
aunque esta vez y muy a su pesar se armó una tremenda ópera) y a
firmar. Como siempre. Con los mismos argumentos de siempre: “si no
firmamos será peor”. Siempre les funcionó el miedo y, por eso, lo siguen
utilizando.
En
realidad, siempre nos temimos esto. ¿Por qué no venían a la Mesa por la
Unidad u organizaban una ellos?. ¿Por qué no veíamos al comité de
huelga por ninguna parte?. ¿Por qué no se reunía el Comité Intercentros,
o cualquier otra fórmula, para coordinar todo el movimiento entre los
centros de trabajo y las delegaciones?. ¿Por qué no hacían asambleas
generales como se les pidió insistentemente y no iban cuando se
organizaron?. ¿No querían testigos incómodos ni compromisos?. Iban a
remolque de los acontecimientos y no les gustaba verse sobrepasados.
En
fin, han traicionado nuestra lucha. Han firmado que nos vayamos a la
calle más de 3.000 y que el resto pierda gran parte de las conquistas
conseguidas a lo largo de muchos años. Han abierto, mucho más, la puerta
para que otros vendidos (más caros aún) terminen de destrozar la
empresa a cambio de un suculento plato de lentejas que compartirán. Y
dicen que lo hacen por nuestro bien. Pues si no les hacemos pagar caro
lo que han hecho, quizás tengan algo de razón.

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